El despertar



I


Pequeña y extraviada flor de invierno
donde anidan las aves de los nombres:
Miho que se hunde en la suave neblina de la estera,
Miho en el mar atravesando el pórtico del agua,
Miho de cuya herida la niña hace cordel,
mientras devana frágiles vellones
y ovilla tres palabras en una lengua extraña.


II


Monótono es el hambre del soldado
dormido en la estación,
a quien juré el secreto de los árboles
y la renunciación al salto de la yesca
en la pupila con que miro llover.


Del diario que guardaba
tomé la senda del claro deambular
en los rincones, polvo, ceniza,
pátina del tiempo, el emergente idioma
de los astros y el desvarío extático
ante el llamado de no olvidar el rostro
de quien se acuarteló.


III


Nunca moriste en mí como deseabas
morir entre el batiente revuelo de los pájaros.
Nunca en un firmamento más alto
que tu frente, tu propio corazón,
tu mano propia.


IV


Pero yo escribo
y habito un precario continente
de inmutable piedad donde la flor que cae
es mi cabeza.


V


En ese tren conviven las balas con la suerte.
La vía he sido yo.
También el blanco.


VI


Pasaron los inviernos de la desesperanza
como pasó la furia de la luz, el brote en el tejado
y las ofrendas del desasimiento.

Ante mí cayó la humana desazón
y el haz de espigas que enlazó el signo de la voz
con las arenas.


Pero recuerda siempre que es sólo un ejercicio,
no lo olvides jamás,
de la mano que aprieta la garganta,
señalar horizontes para reconocerse.


VII


Entonces, no hables, no dictamines ni pronuncies, Miho,
palabras como esquirlas sobre un campo de nubes,
al ojo exacto revélale la gracia de los goznes sutiles
que sostienen la puerta de tu rostro.


Tú, a quien el tallo frágil enseñó el abandono
que alienta en los dominios
de toda quebradura y el afán de la seda
en patria de puñales.


Tú, la que ha desembarcado del desdén,
no digas nada.


La luna no responde como espejo.

La luna no responde.


VIII


Llevo bajo los párpados la insignia del jardín,
el verde instante de la enajenación,
las briznas arrancadas
y el cancionero leve del palacio
donde el ciego trenzó
relatos de países cercados por la lluvia,
emblemas, monumentos, ajenas efemérides
y el silencio final
por todo cántico.


IX


No decline tu olvido ni tu amor
ni en duermevela decline tu
cansancio.

No lo olvides jamás: el daimon de la letra
exige que te eleves hacia abajo:
del tropiezo casual a la sentencia,
de la aurora hasta el limo.

Y que seas extremos
porque sólo lo extremo
se puede condenar.


X


Partida por el sol, la flecha tuerce
el tránsito inminente hacia el pronunciamiento
y se clava en la noche
donde la mano enciende
una ausencia salvífica.


XI


Detrás de los cristales donde estalla la luna
se guardan los misterios de dioses abatidos,
los restos de la joya:


Miho que se deshace en la leve llovizna del invierno,
Miho en la luz difusa de invisibles linternas de papel,
Miho de cuya espera el aire ha hecho jirones
mientras ahogan las aguas su memoria
y deslavan los trazos y el perfume
de la última estación
antes del sueño.


2 comentarios:

El puente dijo...

hola patricia, me gusta mucho el poema, es la segunda vez que lo visito...
¿sabes que cada día la poesía me resulta más como un milagro, cómo algo que sucede, simplemente, y uno no se da ni cuenta..?
abrazos

El puente dijo...

pasé para dejarte un saludo!