El asco tiene rostro y se enmascara
de legítimo ardor.
Afuera llueven restos de un orbe miserable.
Adentro, en la colonia, los ojos se uniforman
por obra del dictamen.
Una rara hermandad surge del fuego,
la innegociable luz niveladora.
Por la indistinta gracia del cerrojo,
relicario común,
el cuidador se alinea con la suerte
de la pieza cobrada en cacería.
Se incluye en el recuento como un fiscalizable.
Los índices ordenan las fronteras
hasta que el hambre de un oído
derrumba la estadística.
En la colonia, la piel de todo el mundo se parece.
De allí la conclusión.
La piel es superficie del estigma.
Y el mundo
es este campo.
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